LA PLUMA Y EL SENTIMIENTO DE LUIS RUBÉN LOETTI
JESÚS, El Mesías que vino del cielo
Jesús es un nombre que está en boca de casi todos los humanos. En su época era muy común llamarse así, que para distinguirle de los numerosos tocayos, era conocido como el “Nazareno”, un lugar donde se había criado. Son muy pocos los que saben en profundidad sobre su vida, pero su imagen está presente en la mayoría de los hogares.

Casi nadie es consciente que Jesús fue un hombre de carne y hueso, nacido hace dos milenios en un pequeño poblado de nombre Nazaret, dentro del departamento de Jerusalén.
Fue hijo de una adolescente judía de nombre María y de un carpintero, conocido como José, un padre adoptivo que lo amó como propio y le enseñó su oficio. Gran parte de la humanidad lo venera y lo tiene presente en una imagen dolorosa y llena de heridas, con una corona de espina desgarrándole el cuero cabelludo y con el rostro bañado en sangre, clavado a una cruz.
En realidad Jesús pasó por todas estas situaciones cuando el Altísimo lo envió a rescatar del pecado a los humanos, pero cuando nació, fue como cualquier hijo de vecino. Tuvo una madre y un padre, y cuando llegó a la edad de trabajar, recibió las instrucciones de José, su progenitor adoptivo, quien le enseñó el oficio de carpintero, con el que ayudó a parar la olla del hogar, ganándose el pan con el sudor de su frente.
Se crió en un hogar humilde como un vecino común y corriente, y caminó las calles de su aldea hasta los veintinueve años de edad. De allí en más, dejó de ser un habitante normal y sus obras solidarias empezaron a llamar la atención de los poderosos. A partir de entonces, Jesús dejó de ser el joven y humilde carpintero, para dar paso al Mesías que los oprimidos tanto esperaban. Su camino se llenó de espinas como su corona. Comenzaron las persecuciones por parte del Estado salvaje y corrupto que gobernaba en aquel momento, hasta que fue considerado culpable por sedición y condenado en un juicio “legal”, con la Pena de Muerte. En definitiva no eran situaciones muy distintas, comparando con los tiempos de inseguridad que sufrimos hoy en el año 2.014.
Si bien, Jesús sufrió una muerte cruel y dolorosa, los humanos tendríamos que tener una imagen distinta de su persona. Bastaría con recordarlo sin sangre, sin espinas y sin rostro deformado por el sufrimiento. Las Sagradas Escrituras dicen que fue un hombre tierno, cariñoso y de gran corazón, y que las personas que se acercaban a Él, recibían un trato amable y sencillo. Que fue un ciudadano que rechazaba la corrupción y las injusticias, y que su humildad era amplia e infinita. Hay que tener en cuenta que vivió en una época en que se mostraba muy poco respeto por las mujeres. Jesús las trataba con dignidad, y hasta los niños se sentían bien a su lado.
Los reyes de la antigüedad acostumbraban a construían ciclópeas construcciones para ser recordados por las generaciones posteriores. Jesús, fue más que un Rey, fue un Rey de Reyes y no necesito de monumentos para quedar en la memoria de la humanidad. Solamente dejó sus enseñanzas, según la orden de su Padre. Todo esto sería más que suficiente para guardar en nuestros corazones, un Jesús sonriente, sin clavos, sin corona de espinas y con su túnica impecable, desplazándose por los calles de la vida, mirando y bendiciendo al mundo con sus ojos límpidos y sinceros.
RUBÉN LOETTI
Miércoles, 24 de diciembre de 2014