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La historia de Maria Luisa Martini: Reforzar las ganas de vivir por un trasplante
(18/05/2014) María Luisa recibió un riñón el mes pasado. Con plenas energías para comenzar su nueva vida, aseguró que nunca las perdió en la larga espera del órgano. Utilizará su experiencia para apoyar a aquellos compañeros con los que asistió al tratamiento por siete años.

Durante siete años, María Luisa Martini viajó tres veces por semana de su ciudad, Paso de Los Libres a Curuzú Cuatiá para la diálisis. En total, acumuló 221.760 kilómetros sin contar aquellos viajes más largos a Buenos Aires o a Corrientes Capital para realizarse los estudios.
Esa realidad para Luisa ya forma del pasado, porque exactamente el día que se cumplían siete años de tratamiento, llamaron a su domicilio para contarle que había un riñón para ella y que estaba todo listo para el trasplante. Debido a una experiencia, hace tres años atrás, cuando fue trasplantada por primera vez, pero sin conseguir aceptar el órgano, la mujer dudó en ser intervenida.
El apoyo incondicional de sus hijos y de su marido fueron el impulso para trasladarse hasta la Capital, donde su médica fue fundamental para despejarla de los temores de aceptar el riñón que hace un mes funciona en perfectas condiciones. Así, el estado de ánimo de Luisa hoy más que nunca se encuentra lleno de energía y listo para disfrutar de su vida sin el miedo de no poder levantarse al otro día.
-¿Cuál fue su reacción al enterarse de que debía ser trasplantada?
-Vine a Corrientes a hacerme unos estudios, y al ver los resultados, los doctores me dijeron que mi riñón no daba más. Me asusté porque desconocía la diálisis, pero en el día a día lo fui llevando bien y no me costó.
-Mientras esperó el órgano, ¿cómo fue su rutina?
-Durante siete años me levanté a las tres de la mañana, y en una combi iba a Curuzú a realizar el tratamiento tres veces por semana. Al mediodía estaba en mi hogar de nuevo, a veces bien, y otras veces llegaba más cansada, sin apetito.
-¿Fue duro el período del tratamiento?
-No, porque lo hacíamos en grupo. Junto a once compañeros viajábamos en la combi, y el recorrido siempre fue ameno, con risas y bromas. Y en la sala siempre nos trataron muy bien, y en mi caso al asistir tantos años, me convertí en la mimada de los técnicos, doctores y ayudantes.
-¿Hubo pérdidas en el grupo?
-Sí, tuve muchos compañeros que fallecieron. El año pasado, entre cuatro o cinco, pero porque eran grandes y no aguantaban el tratamiento.
-¿Cómo afectaba el ánimo de los demás?
-Nos bajoneábamos mucho porque estuvimos juntos por años, pero después seguíamos adelante.
-¿Tuvo miedo de fallecer en la espera del órgano?
-Sí, cuando me sentía muy mal tenía miedo de no llegar, de no amanecer al otro día, sobre todo después del primer trasplante que me realizaron en 2010 y rechacé el órgano. Fue una situación muy dura, de la que me costó recuperarme, me dejó muy débil al punto del que no me podía bañar ni comer sola.
-¿Cómo la afectó el primer trasplante cuándo se enteró del segundo?
-Dudé bastante. Además, fue sorpresa porque no me lo esperaba. Estaba en mi casa y le avisaron por teléfono a mi marido que primero no me dijo nada, hasta que me lo comunicó. Si bien me aclaró que era un buen riñón, no estaba segura. Mis hijos me convencieron primero, hasta que hablé con la doctora al trasladarme a la ciudad. Al principio no quería porque me había ido mal una vez, pero con el apoyo de todos entré a cirugía. Si bien todavía no caigo, y aunque me tenga que cuidar muchísimo por un tiempo, sé que mi vida cambió y que voy a poder disfrutar de todo lo que no pude en siete años.
(Esperanza Verón
EL LIBERTADOR)
Domingo, 18 de mayo de 2014