ESCRIBE: LUIS RUBÉN LOETTI
La Pluma y el Sentimiento: Un corso del pasado...
Estuve disfrutando de una filmación de la década del noventa. Ese día me di cuenta, que hay vivencias, que agotan la capacidad de asombro del ser más inteligente. En definitiva, no son tantos los años que quedaron atrás en nuestras vidas con respeto a éste film; apenas veintitrés si lo contamos hasta nuestros días...
Pero en ese lapso han cambiado tantas cosas, que cuesta un poco aceptarla.
Hablo del carnaval de 1.993. Los corsos aún se realizaban en “la Colón”, la pasarela más famosa, hermosa e importante de la Argentina. Éste hecho de por sí, hoy ya llama a la nostalgia, porque no hubo veterana o veterano libreño, que no haya sambado alguna vez por esta avenida. Además, en esta filmación, escuché o reviví una voz que ya es leyenda, animando con su estilo único, el desfile de Carumbé, Zum Zum y Catamarca. ¿Su nombre? Juan Carlos Barrios.
Mientras las imágenes iban pasando por la pantalla del televisor, con un dejo de emoción comencé a descubrir rostros de personas que en un tiempo ido me regalaron su amistad, o que tuve la dicha de compartir cosas con ellos, en las distintas actividades de nuestra ciudad. Algunas de las bonitas niñas que se desplazaban por la pasarela y adornaban las carrozas, hoy son profesionales de la salud, del derecho, de la política o ejercen la docencia. No logré evitar sorprenderme con la cara de inocente, de algunos amigos (¡Cada valores!), que hoy son llamados doctor, concejal, contador, profesor, o simplemente: señor. Todos o casi todos, fueron libreños o hijos de libreños, que sambaron por “la Colón” hasta la última noche de carnaval y luego se quitaron el tocado o disfraz, y se fueron en busca de una universidad por un título que les dé un futuro mejor. Algunos no retornaron nunca más; otros hoy tienen una chapa en la puerta, caminan nuestras calles con algunos kilos de más y con algunas cenizas pintando de color tiempo sus cabellos.
Las niñas bonitas hoy son mamás (en algunos casos, orgullosas abuelas), que acompañan en la comparsa de sus amores, a hijos, nietos, o participando, con mucho menos ropas con respecto a aquel entonces. (Lo normal, tendría que ser al revés). Los varones por su parte, prefieren mirar del costado de la pasarela, cómodamente sentados, con una copa en una mano y una lanza nieve en la otra. Una cuestión de status o principios, o quizás de comodidad.
Levanté la vista por encima de las carrozas y la filmación me mostró carteles luminosos de negocios que ya no están. Los vaivenes de la política, hace crecer al comerciante o lo hace desaparecer, no hay términos medios. Lo mismo sucede con las personas; nunca se sabe cuando se está bailando el último carnaval.
Seguí observando el paso de las comparsas de apenas veintitrés años atrás, y no pude dejar de sorprenderme con algunos cambios que cuesta creer, por el fanatismo que había antes. Muchos se han pasado de bando y hoy sudan la gota gorda con otra camiseta. Pero en definitiva está bien; el carnaval es uno solo y nadie se murió por cambiar de vereda. Pero encontré algo positivo: los cantores de las agrupaciones, perduran en el tiempo, y como Carlitos Gardel, cada día cantan mejor.
Llegó el final de la filmación, y yo, como todo nostálgico, cerré los ojos y quedé a solas con mis recuerdos. Muchos de los que hicieron grande a nuestro carnaval, ya no están. Hoy quizás, contemplan nuestros corsos de “la tribuna de arriba”. Las lentejuelas multicolores se convierten en estrella en el firmamento de Paso de los Libres; y el tambor de la luna, acompañará con su golpe sonoro y melancólico, la marcha del Rey Momo en las noches de enero y febrero.
RUBEN LOETTI
Domingo, 17 de enero de 2016